La meta de inflación y la combinación del cómo y el cuánto

miércoles, 21 de marzo de 2018 · 00:00

por Fernando Marengo para diario Clarín

En 2017 la economía argentina creció algo menos de 3% y la gran pregunta es si podremos volver a crecer este año.

Aunque el contexto obligó a muchos analistas a reducir sus proyecciones originales, el crecimiento en sí mismo sería todo un hito. Desde 2011 el país no logra dos años consecutivos de crecimiento. Y crecer es sólo el primer paso para bajar la pobreza.

Si nos olvidamos por un momento de que nuestros problemas estructurales necesitan mucho más que aumentar el PBI, y que el “cómo” es tan importante como el “cuánto” crecemos para bajar la pobreza, se puede hacer un análisis sobre los factores en condiciones de impulsar la economía durante 2018.

Para simplificar, los clasificaré en externos (socios comerciales, movimientos de capitales y valor de la cosecha agropecuaria) e internos (política fiscal, y monetaria-crediticia).

A nivel global, las principales economías del mundo avanzan por encima de su capacidad productiva, siendo esto insostenible en el mediano plazo.

Las presiones inflacionarias comienzan a asomar ya que los niveles de desempleo y capacidad ociosa son ahora mínimos.

Las tasas de interés también están subiendo como parte del mismo proceso. Y lo seguirán haciendo, aunque de forma menos vertiginosa que en los últimos meses.

Aun así, es difícil que vuelvan a los niveles previos a la crisis de 2008. Los nuevos valores de equilibrio han bajado por la acumulación de superávits financieros por parte del sector privado durante los últimos años.

Las economías emergentes continuarán liderando el crecimiento en el mundo y entre ellas se destaca Brasil, que se está recuperando de una crisis que destruyó la producción un 8 por ciento en 3 años.

El impacto directo de cada punto de crecimiento de Brasil sobre Argentina es inferior a 0,2 por ciento para el promedio de la economía, pero la incidencia es mucho mayor en algunos sectores particulares, como el industrial –en especial, el automotriz.

Los mercados internacionales de materias primas tienen su dinámica propia. La depreciación del dólar contra las principales monedas del mundo presiona al alza sus precios, pero la acumulación de inventarios de granos y oleaginosas es elevada en términos históricos y eso le pone un límite a la suba de las cotizaciones.

El clima este año provocó una fuerte sequía en nuestro país, impulsando levemente los precios hacia arriba –pero que no llega a compensar la pérdida de volúmenes en los campos.

Este efecto negativo tiene un aliciente: los stocks de soja de las campañas previas. Si se liquidan, puede atenuar el efecto sobre el sector externo, el mercado cambiario, la industria de procesamiento de materias primas y el transporte.

De cualquier forma, no conviene esperar una venta masiva de estos stocks. El esquema dispuesto por el Gobierno de reducción gradual del impuesto a las exportaciones de soja y derivados hasta diciembre 2019 incentiva la retención de cosecha.

En el plano interno, la clave estará en la política económica fiscal y monetaria y en los movimientos de capitales, que son reflejo de la percepción de riesgo de Argentina.

El año pasado el déficit primario se redujo (cumpliendo la meta del Gobierno) pero los intereses compensaron ese ahorro, manteniendo casi inalterado el déficit financiero en el nivel de 2016.

La “buena" noticia es que el aumento del gasto público en el segundo semestre del año pasado fue sensiblemente inferior al del primer semestre y que los ingresos -si se excluye el efecto del blanqueo-están subiendo por encima de la inflación.

La “mala” noticia es que el elevado desequilibrio externo que presenta el país demanda un mayor esfuerzo. El Gobierno debería intentar sobrecumplir la meta de 2018 para reducir la dependencia del endeudamiento externo y también la presión sobre precios y el tipo de cambio.

La política monetaria posiblemente mantenga su sesgo “antiinflacionario”. La inflación está bajando. Si se excluye el efecto de tarifas y servicios públicos, el ritmo de aumento de precios hoy es sensiblemente inferior al observado en los últimos años del gobierno anterior (22% contra 35%).

Son parciales todos los análisis que comparan la tasa actual de inflación con la que existía en pleno cepo cambiario. El atraso de cualquier precio (tarifas, dólar, alimentos) no es una herramienta válida para combatir la suba de los precios.

De todas formas, no hay que perder de vista que la economía está siendo sometida a un proceso de sinceramiento.

Es imposible bajar en forma agresiva la tasa de inflación cuando los ajustes de precios relativos son continuos, la economía presenta serias rigideces y se utiliza el dólar como unidad de cuenta.

El error original de diseño de política monetaria terminó de redondearse cuando se decidió modificar la meta en la última semana de 2017.

La combinación del “cómo” y el “cuánto” despertó más desconfianza entre el público. La meta original no era alcanzable, la nueva tampoco lo será.

A medida que los ajustes programados de tarifas se moderen, la tasa de inflación aflojará y dará margen a la autoridad monetaria para reducir su tasa de política monetaria.

El autor es economista jefe de Arriazu Macroanalistas.

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