El dólar y la calle, ejes de la Argentina bipolar

lunes, 24 de septiembre de 2018 · 07:00

por Fernando González para diario Clarín

 

La frase la decía a mediados de la década pasada, cuando ya llevaba un par de años en el poder. Lejos de los micrófonos, Néstor Kirchner aseguraba que para gobernar la Argentina había que controlar dos variables: el dólar y la calle. Así de simple y actuaba en consecuencia. Sin prejuicios ideológicos. A la divisa estadounidense la dejó en manos de dos economistas expertos y lejanos a su paladar: Alfonso Prat Gay y Martín Redrado, quienes presidieron el Banco Central durante su mandato. Los mercados pulsearon con Redrado durante la crisis de 2008 pero la corrida se pudo frenar con el 10% de los 25.000 millones de dólares que se perdieron en los últimos 100 días.

Para controlar la calle, Kirchner regó con planes estatales el jardín de los grupos piqueteros, que en el lenguaje inclusivo del kirchnerismo pasaron a denominarse organizaciones sociales. Así crecieron dirigentes surgidos de la tragedia de 2001 como Emilio Pérsico o Juan Carlos Alderete, y se consolidaron otros saltimbanquis de la política como el bonaerense Luis Delía y la jujeña Milagro Sala. Estos últimos se hicieron especialistas en el management de la desesperación de los más pobres y terminaron en prisión cuando se les acabó el financiamiento del Estado. De todos modos, la llegada de Mauricio Macri al poder no terminó ni mucho menos con la militancia social rentada.

A casi tres años de haber asumido Macri la presidencia, surgieron otros intermediarios con gran sentido de la oportunidad entre las partidas estatales y las necesidades básicas insatisfechas de un tercio de la población. La sombra más negra que la democracia restaurada en 1983 no pudo resolver y ni siquiera achicar. Algunos lograron sobrevivir, como Pérsico o Alderete, y otros aparecieron en el primer plano como Juan Grabois, el hijo de un dirigente peronista de Guardia de Hierro (Roberto “Pajarito” Grabois). De profesión abogado, el muchacho busca su lugar de resguardo en el poder amparado en la protección política que le brinda el Papa Francisco. Y que ahora también procura solapado en el proyecto de victimización judicial liderado por Cristina Kirchner para evitar ir a la cárcel por la corrupción sistemática que ya confesaron sus ex colaboradores y algunos empresarios por complicidad o por oportunismo.

Grabois logró su cuarto de hora de notoriedad el martes pasado, cuando se hizo arrestar en la comisaría 18 de Constitución junto a tres senegaleses, vendedores ambulantes de mercadería ilegal, y a otros activistas políticos. El dirigente intentó evitar las detenciones y también fue arrestado por los policías. El dato corrió como reguero de pólvora en las redes sociales y una hora después la sede policial se hallaba rodeada por el puñado habitual de referentes piqueteros. Delía y Pérsico estaban allí como también Myriam Bregman y Néstor Segovia en representación del troskismo, y hasta los neokirchneristas Roberto Baradel y Leopoldo Moreau. Dos micros con manifestantes sobre la avenida San Juan y el revuelo mediático nocturno fueron suficientes para que los liberaran a todos.

Las consultas posteriores entre funcionarios del Gobierno nacional y el porteño determinaron que los policías de calle no tenían idea de quien era Grabois y lo arrestaron por ser parte del tumulto que intentó evitar el arresto de los senegaleses. Los vendedores de mercadería ilegal son el tormento de los comerciantes de la zona, quienes pagan impuestos y resisten como pueden la competencia en tiempos de recesión. Un dilema social que se repite ante la multiplicación de protestas en la Ciudad y en los cordones urbanos del país.

Casos como el de Grabois intensificaron el debate interno en el Gobierno sobre cuán redituable resulta la política de subvencionar a los grupos piqueteros para mantener la cohesión social. Es cierto que el macrismo no llega a algunos sectores de la sociedad donde se concentra la extrema pobreza, pero los más de 30 mil millones de pesos que el ministerio de Desarrollo Social ha puesto en manos de algunos dirigentes opositores en estos años han abierto una discusión muy áspera.

Carolina Stanley, la ministra encargada de la relación con los dirigentes piqueteros, ha sostenido esa política con el respaldo del Presidente y el de dirigentes importantes de Cambiemos como María Eugenia Vidal y Elisa Carrió. La distribución de ayuda social y de comida en forma directa viene evitando la posibilidad de estallidos importantes, sobre todo ahora que la disparada del dólar pega fuerte sobre la inflación y la capacidad de compra de los más pobres. Pero hay otros ministros que plantean el riesgo político que corre el Gobierno cuando la intermediación social se convierte en extorsión. Es una discusión interna que deberá saldarse el año próximo, si es que Cambiemos conserva chances de mantenerse en el poder.

Hubo a fines de agosto y comienzos de septiembre varios intentos organizados de saqueos a supermercados. Tanto en Mendoza, como en Chubut y en el Chaco funcionó la comunicación entre el ministerio de Seguridad, las provincias y las intendencias. Se registraron infinidad de llamados de ciudadanos al 134, alertando sobre los preparativos en algunos barrios y se activaron patrullas digitales para anticiparse a los movimientos clásicos de los saqueadores, varios de ellos con antecedentes penales. “Está claro que no son situaciones de hambre extrema cuando los ataques a los súper se programan tres o cuatro días antes por cadena de whatsapp”, ha dicho Patricia Bullrich en las reuniones diarias del gabinete reducido que Macri preside ahora.

Macri y Bullrich extremaron los contactos con los gobernadores para que, en caso de saqueos organizados, se denuncie a los líderes ante la Justicia. Tanto el radical Alfredo Cornejo como el peronista Mario Arcioni han accionado contra varios de los aprovechadores de la angustia social en la capital mendocina y en Comodoro Rivadavia. El antecedente judicial cobra importancia porque es más difícil insistir en ese tipo de delitos cuando hay reincidencia y el riesgo es un período extenso en la cárcel.

Claro que las manifestaciones callejeras no son la única expresión de reclamo contra el Gobierno. Este lunes y el martes Macri se encontrará con protestas del estilo clásico como el paro por 24 horas de la CGT y el de 36 horas que impulsan los gremios kirchneristas nucleados en la CTA. Habrá movilizaciones que van a estirar el fin de semana y un cese de actividades importante porque, con la adhesión del transporte, las huelgas generales ganan siempre en efectividad. Por un par de días, se ocultarán las diferencias entre los Gordos del gremialismo peronista tradicional y Hugo Moyano, cada vez más alineado con la alternativa de Cristina candidata.

En estos tiempos de economía bipolar, el freno para la suba del dólar funciona también como un bálsamo temporario para la posibilidad de estallidos sociales. Las señales positivas sobre la eventual aprobación del Presupuesto 2019 en el Congreso y el casi seguro aval del Fondo Monetario a las correcciones del programa económico que pidió la Argentina alejaron un poco los fantasmas que sobrevolaban la gobernabilidad de Macri. El Presidente se mostrará en las próximas 48 horas junto a Donald Trump y a Christine Lagarde, una imagen que debería consolidar el cambio de tendencia que los mercados financieros mostraron hacia el país en los últimos diez días. El tembladeral fue de tal magnitud que un dólar cercano a los $ 38, el Merval saliendo de terapia intensiva y el riesgo país bajando de los 600 puntos se parecen ahora a una selfie del paraíso. Pero está claro que no lo es.

Al polo optimista del universo financiero se contrapone el polo dramático de la economía real. Esta semana se conocieron la caída del 4,2% en la actividad económica en el segundo trimestre del año y el crecimiento de la desocupación al 9,6% en el mismo período. Con una inflación que recién comenzaría a ceder en noviembre, lo que viene es una suba de los índices de pobreza que rondará el 30% en la próxima medición. La historia reciente muestra que las devaluaciones en la Argentina son como una inundación que arrasa con todo lo que encuentra a su paso. Y que, recién cuando el agua se retira, aparece el drama de las ruinas que han quedado abajo.

Sería atinado que lo entiendan aquellos que se apresuran a descorchar champagne por los fuegos artificiales que llegan desde Nueva York. Si es cierto que el dólar y la presión financiera le van a dar un respiro a la Argentina, el final del año y los primeros meses del 2019 se van a consumir recomponiendo la caótica estructura de precios, la capacidad de compra del salario y el estancamiento de la actividad productiva. Esas son las ruinas que Macri deberá reconstruir una vez que amaine la tragedia tan criolla y tan repetida de esta enésima devaluación.

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