La odisea del lujanino Marcos Bruno en medio de la pandemia

El joven estuvo tres días viajando por Europa, África, San Pablo y Buenos Aires para finalmente regresar a Mendoza.
martes, 31 de marzo de 2020 · 07:48

Muchos argentinos en el exterior todavía no pueden volver debido a los grandes problemas que hay para repatriarlos. Días atrás, otros compatriotas tuvieron una ajustada suerte para retornar a nuestro país. Uno de ellos fue Marcos Bruno.

El lujanino de 24 años es estudiante de ingeniería en mecatrónica en la Universidad Nacional de Cuyo y desde hace años tiene la posibilidad de vivir experiencias muy fructíferas, como haber estado en un centro financiado por la NASA en 2019 para realizar pruebas para futuros viajes espaciales que el ser humano podría emprender a diferentes cuerpos celestes.

Desde febrero de este año, Marcos se encontraba en la ciudad de Graz, Austria, realizando un nuevo intercambio. Pero el coronavirus irrumpió en su vida cotidiana, al igual que la de muchos de sus conocidos y alumnos de esa ciudad, y la cuarentena lo obligó a estar sin poder asistir a clases.

Para reflejar la adrenalina que vivió en apenas un puñado de días, es conveniente relatar su odisea de forma cronológica.

“Acá, la cuarentena comenzó el 13 de marzo. Antes había advertencias, hasta que comenzó. En ese momento ya había entre 600 y 700 casos”, relató Marcos el 17 de marzo, cuando todavía no imaginaba lo que ocurriría después.

En ese momento  y a la distancia veía cosas en Argentina que ya habían pasado en Austria, como el desabastecimiento y la poca importancia, hasta que de repente todo se agravó: “Veo amigos que están en Mendoza y siguen yendo a patios cerveceros, sin tomarse en serio las advertencias. El problema surge cuando se dan cuenta del peligro real y ahí les cae la ficha, al punto de que si les decís que salgamos un rato a pasear son capaces de denunciarte. He notado un cambio de hábitos rotundo en la gente”.

El miércoles 18 de marzo fue el último con meras recomendaciones y advertencias de prevención en nuestro país. Y también fue el último de Marcos en Austria, porque un llamado de la Cancillería argentina ubicada en Viena lo obligó a tomar una decisión drástica: seguir por tiempo indefinido en el país europeo o volver a Mendoza, ya que al día siguiente era muy posible que los aeropuertos europeos cerraran, como el de la capital austríaca, debido a la propagación cada vez más incontrolable del Covid-19.

“Me dijeron que tenía que volverme porque en junio era altamente improbable hacerlo porque estaban cancelando todos los vuelos. No dudé ni un segundo porque me quedaban 3 meses de intercambio y ellos supusieron que esto podría durar hasta mayo, y como yo estaba encerrado entre cuatro paredes, preferí estar así en Mendoza y no allá, además de que es muy caro vivir ahí. Agradezco muchísimo el trato excepcional que tuvieron conmigo”, narró.

Marcos fue uno de los pocos que pudo volver, ya que simultáneamente se estaban cancelando vuelos con argentinos en distintas partes del mundo. Mientras esperaba para hacer la primera de las numerosas escalas que debía hacer para retornar a Mendoza, sus ojos fueron receptores de la desolación de un lugar que, en un contexto de normalidad, reina un movimiento sin cesar: “Solo había dos personas en el aeropuerto”.

El primer tramo fue desde la ciudad de Graz hasta Adís Abeba, la capital de Etiopía. Es decir, más de 7 mil kilómetros. Entre el 20 y el 21 de marzo, mientras él escapaba de una Europa con cada vez más muertes e infectados, Argentina ya estaba viviendo los primeros días del aislamiento preventivo, social y obligatorio.

“Fueron tres de los días más movidos de mi vida. De Graz fui a Adís Abeba. En ese avión me dejaron subir con exceso de equipaje porque tenía muchas cosas necesarias, como comida para llevar adelante la cuarentena en Mendoza, sin tener la posibilidad de que nadie más me facilitara víveres. De ahí fui a San Pablo sin bajarme del avión y de esa ciudad hasta Aeroparque, en Buenos Aires. Ahora estoy esperando a ir a Mendoza”, le comunicaba a MendoVoz mientras aguardaba para hacer la última escala de una travesía frenética.

 

La cuarentena no lo detiene

Desde el 22 de marzo, Marcos no está en su casa de Luján, donde vive con su madre, sino en Las Heras, pero más seguro y tranquilo de estar en su provincia natal.

Luego de descansar, sus energías se renovaron para que sus ideas no solo quedaran en su cabeza: “Con un grupo de personas quisimos armar una red de logística para fabricar respiradores para suplir la posible demanda que pueda haber en Mendoza, pero por ahora queda mucho trabajo por hacer”.

Ante esto, decidió continuar con un proyecto que ya había comenzado en Austria: “Tengo una empresa de Data Science llamada ‘Merovingian Data’ y con mis socios Mario Japaz y Giorigio Tacchini estamos haciendo una investigación del plano real y del plano social-virtual de la pandemia. Por ejemplo, en el plano real, un medio replica una medida, y en plano social la gente interactúa de cierta manera ante estos estímulos. La idea es concientizar y mostrar lo que pasa en el mundo real gracias a la suma de lo social con lo virtual, y reflejar la naturaleza de la expansión de información en la gente, cómo esta repercute en su estado de ánimo, y tratar de relacionarlo con su accionar en el plano real”.

Finalmente, reflexionó acerca del impacto que el coronavirus está provocando en el mundo: “Esto nunca se ha visto en la humanidad. Va a quedar en los libros de historia porque va a afectar muchísimas aristas. Cuando todo esto se tranquilice un poco, podremos ver qué países e instituciones tomaron medidas acertadas, y cuáles no. No hay una receta mágica de medidas a tomar para superar esto. Cada país pasa por una realidad distinta, y es muy difícil esperar que un mismo conjunto de medidas genere un mismo conjunto de resultados para distintas naciones. Soy optimista de que este episodio nos ayudará a afrontar una pandemia como corresponde en oportunidades futuras”.

Sin embargo, es consciente de que esto traerá muchos problemas a los sectores más vulnerables y añadió: “Lo negativo de esto es que si una fábrica no abre o no se puede realizar algunos trabajos, la gente no trabaja, y así, no come. Lamentablemente no hay final feliz, porque cada vez que surgen estas cosas, siempre hay mucha gente que la pasa muy mal. Esto no debe ser ignorado. Se debe ver la totalidad del hecho y se tomen las medidas correspondientes para generar el menor impacto posible”.

Por Rodrigo D'Angelo, para MendoVoz

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