El Leoncito, el parque del millón de estrellas

El área protegida de San Juan al pie de la Cordillera de los Andes resguarda expresamente la diafanidad del cielo.
lunes, 15 de octubre de 2018 · 07:00

El Parque Nacional El Leoncito, en la provincia argentina de San Juan, al pie de la Cordillera de los Andes, es la única de las decenas de áreas naturales protegidas argentinas creada con el fin específico de resguardar la calidad del cielo, que se distingue por su diafanidad y escasa contaminación lumínica.

Por eso allí, en pleno desierto de altura, junto a cerros como el Mercedario -que con sus 6720 metros de altura es una de las montañas más altas de los hemisferios sur y occidental- se instalaron dos observatorios, el CASLEO y el Cesco, donde se lleva a cabo el trabajo nocturno y silencioso de astrónomos de todo el mundo que exploran el espacio estelar.

El año próximo, El Leoncito y sus observatorios, así como otras regiones vecinas de San Juan, estarán en el centro de la atención mundial, ya que se consideran entre los mejores lugares del planeta para ver el enigmático eclipse total de sol que se registrará el 2 de julio, después de las cinco de la tarde.

Pero las observaciones en El Leoncito pueden hacerse también todo el año: diurnas en el CASLEO, donde se explica el funcionamiento de los grandes telescopios y el trabajo de los científicos, y nocturnas en el Cesco, donde con telescopios más pequeños se organizan visitas nocturnas para ver la Vía Láctea, los planetas, las estrellas simples y dobles y otros fenómenos celestes.

Situado a 2.552 metros sobre el nivel del mar, la pureza del cielo en el Parque Nacional y la aridez del clima, caracterizado por una gran amplitud térmica, permite tener cielos despejados durante casi 300 noches al año.

Un observatorio, precisamente, figura en el escudo del Parque Nacional. Y junto a él un suri cordillerano, especie emblemática -pariente del avestruz africano y del choique patagónico- que puede avistarse en el área junto con otras especies como los guanacos, cuises, lagartijas, aves y el temible puma.

El Parque Nacional -explica a ANSA su intendente, José Roco- protege tres ecorregiones: el Monte de Sierras y Bolsones, la Puna y los Altos Andes. Desde sus miradores se puede apreciar el Cordón del Ansilta, con siete picos nevados de gran altura entre los que se encuentra el Mercedario. De la presencia del puma surge precisamente una de las tres versiones sobre el origen del nombre El Leoncito, tomado por el parque a partir de la estancia que precedió a su creación, en el año 1994.

"Hay quienes dicen que se llamó así por la abundancia que hubo y hay de pumas, el 'león americano'. Pero también se llama así un cactus propio de la zona, y existe en las cercanías el Cordón del León", detalla el guardaparques de apoyo Darío Saavedra.

Una vez en el parque, se pueden recorrer senderos que llevan hacia diferentes cascadas, acercarse a los miradores que tienen vistas en 360 grados sobre la Cordillera de los Andes, y emprender el ascenso al cerro El Leoncito, que culmina a más de 2500 metros de altura.

Esta subida "se extiende a lo largo de unos ocho kilómetros y es de dificultad media, no tanto por la geografía del lugar, ya que no requiere equipos, sino porque la altura misma puede hacer sentir la falta de aire", explica la guardaparques Mónica Sosa.

Desde la cima, se aprecia con claridad la Pampa del Leoncito, situada fuera de los límites del Parque Nacional pero paso obligado de los visitantes por la rareza y atractivo del lugar.

También llamada Barreal Blanco, se trata de una gran depresión situada a 20 kilómetros de Barreal -la localidad más cercana a El Leoncito, un oasis donde se cultivan hierbas aromáticas, ajos y otras hortalizas- de unos 10 kilómetros de largo por tres de ancho.

Esta planicie totalmente seca y cuarteada por el sol se formó cuando se evaporó, en el período Cuaternario, una antigua cuenca lacustre: así quedaron a la vista limos y arcillas blanquecinos de la sedimentación que formaba el fondo.

A partir de octubre y durante todo el verano austral, el ingreso de un viento particular que se da en horas del atardecer impulsó el desarrollo del carrovelismo, un deporte que atrae a aficionados de los más remotos lugares para subirse a carros impulsados a vela por la fuerza del aire en movimiento.

Así se los puede ver, poniendo una nota de color sobre la omnipresente tonalidad ocre del paisaje circundante, desde los miradores o cuando se baja desde el Parque Nacional, el guardián de uno de los cielos nocturnos más sorprendentes del planeta.
   

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