La columna política de diario Uno

En su edición del domingo, el periodista Andrés Gabrielli ofrece una visión sobre el momento político mendocino.
lunes, 15 de agosto de 2016 · 00:00

Por Andrés Gabrielli, publicada la edición del domingo 14 de agosto de 2016 en Diario Uno.

 

La "grieta", otro eslabón de la argentinidad al palo


 

Hay un elemento que se le escapó a Gustavo Cordera en su exhaustivo compendio de una década y pico atrás sobre La argentinidad al palo.

 

El hoy tan vituperado compositor no alcanzó a ver, entonces, que la "grieta" es otra característica esencial de la Argentina contemporánea.

 

La canción de marras, que le dio nombre al disco de la Bersuit Vergarabat, fue vista por Miriam Kriger, doctora en Ciencias Sociales (FLACSO) e investigadora del Conicet, como una "contundente metáfora" de cómo sienten los jóvenes la cuestión de la nacionalidad .

 

Entrevistada por Valeria Shapira, Kriger señalaba, allá por 2010, que "sin sutilezas, la expresión da cuenta del vínculo pasional que estaban estableciendo los jóvenes del post 2001 con la identidad nacional. No se trataba de aclamar una 'Argentina de pie' sino 'al palo', gozosa, pletórica".

 

Nada pervive hoy de aquellos gozos y aquellas plétoras.

 

Cordera, después de sus infaustas declaraciones sobre violaciones y sexo con adolescentes, quedó fuera de cualquier canon de argentinidad.

 

Pena y deambula por el reino de los réprobos. De los malditos.

 

Una nueva grieta que se abre.

 

Cordera y la grieta moral

Nos alimentamos de grietas veloces, como las de Callejeros en su momento, y ahora la de Cordera; y de otras grietas urdidas con tesón y paciencia, con empecinado trajín, como la política que terminó atravesando toda la "década ganada".

 

La grieta "moral" que suscitan episodios como el de Cordera muestran la fabulosa capacidad del opinómetro nacional para lapidar en un abrir y cerrar de ojos, sin clemencia.

 

Fueron pocos los que aportaron algo de reflexión en vez de guillotinas sumarias.

 

"Me causa perplejidad el caso Cordera, pero por los dos lados", opinaba ayer el escritor Eduardo Sacheri en el programa La conversación por radio Nihuil. "Por un lado, por los cosas que dijo Cordera, que asombran desde el sentido común. Pero también por la reacción que ha generado. Ustedes hablaban sobre el posible apagón mediático –o no– en contra de Cordera. Suena fortísimo. Ambas cosas me dejan perplejo. O sea, las barrabasadas que uno pueda decir, tanto como la imposibilidad de retorno en tu trabajo y en tu vida personal. ¡Guau! Una censura moral que te puede marcar, de ahí en adelante, para todo tu futuro. Qué suerte hemos tenido muchos, porque, ¿quién no ha dicho una barrabasada alguna vez?".

 

La grieta mendocina

La grieta política admite menos espacio todavía para la reflexión.

 

El aguante cerrado del kirchnerismo duro en torno a Hebe de Bonafini, justificando su no comparecencia ante la Justicia; o el silencio, también cerrado, del mismo colectivo ante las agresiones físicas que recibió el presidente Mauricio Macri en Mar del Plata hablan de una grieta que ya es herida. Sin sutura.

 

Al menos por ahora.

 

En Mendoza, por fortuna –o no–, la grieta es de otro tipo.

 

En lo político la convivencia ha sido, incluso en los últimos 12 años, más serena y juiciosa que en el país.

 

Lo insólito es que la grieta local se incuba en un ámbito menos expuesto a la luz del día: el de la Justicia.

 

Un conjunto (o clan) de esa grieta lo lidera, con vigor, Omar Palermo, juez de la Suprema Corte proveniente de la "Justicia militante" que alumbró el kirchnerismo. Muchos de los que se encolumnan detrás de él (un terceto de "supremos", entre ellos) lo hacen más por cuestiones operativas, de correlación de fuerzas, que por fervor ideológico.

 

Pero contribuyen a pulir y a apacentar la grieta mendocina.

 

En el otro bando no hay un cabecilla notorio. Su perfil se desdibuja.

 

Aun así avivan las diferencias.

 

Este panorama es el que aguarda al nuevo procurador Alejandro Gullé, si es que recibe el aval legislativo.

 

Deberá lidiar con disidencias solapadas, aunque problemáticas para su tarea. Un ejemplo: parte del largo y enmarañado entuerto en torno a la destitución –o no– del fiscal Daniel Carniello tiene que ver con las batallas internas que ocasiona la grieta.

 

Desde el oficialismo le reprochan a Carniello haber hecho política, en el peor sentido, desde su cargo.

Conclusión: Gullé piensa acabar con esas fiscalías especiales. Para evitar las tentaciones de la politización.

 

Cortar por lo sano se llama.

 

¿Cuántos hijos de puta hay?

Grietas, bolsos con plata sucia, corrupción, intolerancia política... Un combo complicado para el país.

Eduardo Sacheri, en su nueva y premiada novela La noche de la usina, colocó, sin intención previa, una bóveda secreta donde se esconde dinero mal habido. Y uno de sus personajes se llama José López, aunque no es de los "malos" de la película.

 

¿La realidad copia al arte?

Promediando el relato, le hace preguntar a uno de sus antihéroes, un tipo sencillo que ha sido víctima de las matufias que prohijó el corralito de 2001: "¿Hay tantos hijos de puta como uno cree, o la influencia de los hijos de puta sobre sus semejantes es mayor que la de la gente buena, y es por eso que uno cree que son más que los que en realidad son?".

 

Una pregunta central que el mismo Sacheri no atina a contestar. No lo sabe con exactitud.

 

Una grieta más en la estatuaria nacional.

 

Argentinidad al palo.

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