La epopeya de los migrantes

La situación de los refugiados en Europa está cada vez menos presente entre nosotros y en los medios; pero la realidad en las ciudades del norte del viejo continente demuestra que es un tema vigente, tal vez más que nunca.
miércoles, 12 de diciembre de 2018 · 07:00

por Bruno Casabona

especial para MendoVoz

Las luces navideñas inundan las ciudades Europeas. Para algunos es momento de salir a disfrutar de los mercados, y de comprar algún regalo. Para otros, es la oportunidad de sus vidas, un momento de cambio, de quiebre, la búsqueda de un paraíso perdido; de un sueño negado.

La odisea comienza en el mar mediterráneo (en casi todos los casos mucho antes también), en los botes inflables donde los pasadores han garantizado llegar a destino. Esos botes transportan niños, jóvenes, hombres y mujeres, familias enteras; amontonados, ruegan llegar a la costa, peleando contra las olas que los separan de sus sueños. Pero eso no es nada, es recién el comienzo del viaje para algunos; aquellos que tienen la esperanza de llegar al sumun de los paraísos: Gran Bretaña.

 

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Peter Terryn (55) es un periodista Belga de larga trayectoria, pero con un toque juvenil perceptible no sólo en sus facciones, sino en las vibraciones de su voz. Peter es el coordinador de Solidarity for all en Bélgica y uno de sus miembros más antiguos. La organización se creó a través de una red de personas auto gestionadas y con un propósito común, ayudar a los refugiados que se encuentran viviendo en condiciones infrahumanas en el norte de Francia.

Terryn ha estado vinculado al estudio y seguimiento de la causa de los refugiados en Europa desde el Sitio de Sarajevo (durante la primera mitad de los 90s), hasta la actualidad. Escribió durante muchos años para varios medios de Bélgica, pero me cuenta que hoy trabaja en forma independiente, mientras sonríe involuntariamente.

Comenta Peter que la epopeya en Europa normalmente empieza en el norte de África, Siria o Turquía de donde parten los botes que después llegan a Italia o Grecia. Aunque allí, casi nadie quiere quedarse.

Sucede que en los campos de refugiados del sur de Viejo Continente las condiciones sanitarias son muy malas, los campamentos están sobre poblados y los tiempos de espera, antes conocer el país de acogida, suelen ser muy prolongados. Esto se debe a la existencia del Acuerdo de Dublín, - continúa Peter - por el cual el migrante debe solicitar asilo en el primer país al que llega en Europa. Pero la resolución de esta solicitud suele demorar varios meses, e incluso hasta más de un año, tiempo durante el cual los migrantes están destinados a vivir en los campos.

 

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Pero esta situación no es nueva, - dice Peter - desde la caída de los estados comunistas en el este europeo (a fines de los 80s y principios de los 90s), el oeste de Europa ha experimentado este fenómeno migratorio.

 

Y antes fue peor, - asegura el periodista - porque se experimentaron innumerables problemas prácticos a la hora de proveer ayuda a los vulnerables; en cambio en la actualidad, la dificultad no es práctica sino política.

La unión Europea se ha comprometido a aceptar un número determinado de refugiados por año; pero en la práctica, ninguno de sus estados miembros se ha acatado al número estipulado originalmente, incluso siendo ésta cifra por demás baja, agrega Terryn. Lo único que queda a la vista es la espalda europea, y cada vez se hace más difícil encontrar ayuda al norte del mediterráneo.

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Hoy, la gran mayoría de los migrantes provienen de Iraq, Irán, Libia, Siria y Afganistán; que no solo son zonas de conflicto en la actualidad, sino que todas ellas, en algún momento tuvieron, de una forma u otra, participación del Reino Unido en sus gobiernos.

Esta es una, pero no la única razón por la cual los migrantes deciden intentar cruzar el canal de la mancha, sostiene el periodista. Pero las otras razones, no tienen tanto que ver con el peso de la economía británica o la calidad de vida (como algunos podríamos pensar), sino con algo mucho más llamativo.

Resulta que en Inglaterra, no es obligatoria la portación de carta de identificación, por lo que la única forma de exigir la identificación a una persona en suelo británico, es a través de una orden judicial. Esto hace que sea más difícil la identificación de inmigrantes ilegales, generando un mercado paralelo en el cual el migrante puede trabajar, e incluso vivir, en la marginalidad de la Ley.

Pero también porque todo migrante conoce algún compatriota viviendo allí, porque tienen un pase colonial, ya que hay comunidades provenientes de cada rincón del planeta; porque aquellos que tienen la suerte de hablar un segundo idioma, seguramente, es el inglés. La lengua de la globalización, la lengua del gran imperio.

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Y así se sumergen la mayoría de los migrantes a la epopeya de atravesar los más de 2.500 kilómetros que separan a Calais de Sicilia (o 3.000 en el caso de Atenas), donde del otro lado del canal los espera la gloria. Las formas de recorrer aquel camino (en algunos casos atravesando hasta 9 países), para llegar al norte del país galo, son innumerables, pero en casi todos los casos incluyen la presencia de un factor común: los pasadores.

Peter en este punto me corrigió cuando usé la palabra smuggle (contrabandista), asegurándome que no todos ellos tienen sólo la intención de obtener una ganancia al margen de la ley; es decir, su fin no es principalmente el de ganar dinero. De hecho, en la mayoría de los casos, los pasadores son refugiados también, personas que intentan ayudar a familiares o amigos a llegar a destino.

Pero como podrán imaginar, en un tramo de tal magnitud se necesita la ayuda de más de un pasador; por lo que normalmente se hace por tramos y etapas, incurriendo en un desgaste físico y psíquico que dura meses. A esto se someten hombres, niños y mujeres que buscan desesperadamente un futuro próspero, poder construir una vida en tierras estables.

 

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La historia de los campamentos de refugiados en Calais, data de 1999 cuando el gobierno francés decide poner en marcha una solución para los migrantes que se agrupaban en las cercanías de la ciudad esperando cruzar a tierras británicas. Cuando el campamento quedó inaugurado, alrededor de 600 personas habitaban en él, pero para el 2002 había poco más de 2.000 migrantes.

La tensión entre el gobierno Francés y el Británico fue creciendo, hasta llevar al ministro del interior Francés Sarkozy a cerrar el campamento; arrojando a los bosques a todos los refugiados que vivían allí.

Desde entonces, algunas ONGs y otras organizaciones ciudadanas auto gestionadas, se han concentrado en la zona intentando darles el soporte que el gobierno les había negado, afirma Peter.

Incluso, ayudándose de medios tecnológicos y apoyados por organizaciones civiles y ONGs, han incorporado plataformas digitales que les permiten mantener el orden dentro del campamento. Es realmente impresionante ver cómo estas comunidades se han organizado espontáneamente.  

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Lamentablemente, - me cuenta Peter - en octubre de 2016 el gobierno francés decidió desmantelar el campamento de refugiados más grande del norte de Europa (la jungla de Calais, como solía ser llamado). Allí vivían cerca de 10.000 personas, entre ellos familias completas que esperaban el pase de sus vidas a un futuro mejor.

El campamento se constituyó en forma orgánica, sobre la base de los nuevos migrantes que iban llegando y apoyado por algunas organizaciones civiles y ONGs. El asentamiento fue creciendo y con ello sus estructuras, organizaciones y colaboradores; y así lo hizo por más de 10 años. 

En todo este proceso hubo un único ausente: el gobierno; quien no estuvo presente más que para su demolición. La mayoría de los habitantes de dicha estructura fueron distribuidos por toda Francia, colapsando los centros de acogida y sobre poblando cada pequeña institución de asilo; empujándolos a un destino lamentable: la calle.

Pero el ideal de un hombre es más fuerte que toda opresión y hoy, como en algún momento de la primera mitad de la década pasada, los marginados se agrupan nuevamente en el norte del país Galo, juntando la fuerza necesaria para construir un puente, aunque sea imaginario, que los transporte definitivamente al lugar de sus sueños.

 

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