300 palabras: todo mejor sin “mi”
por Guillermo Giaquinta
especial para MendoVoz *
En un momento dado, pongámosle a partir de los cuarenta y pico, todo parece conducirnos a un cambio de sentido en la ruta de la vida. A desandar lo vivido. A desaprender lo incorporado como cierto o como modelo.
¿Qué no? ¿Qué fue nuestro tiempo de formación? Mmm… Veamos.
Desde tu analista hasta tu amigo vegano y desde el mismísimo Facebook te dicen que has hecho todo mal.
La competencia, esa a la que entraste en tu primer día de clases, no va más. Ahora tenés que entender que tu único reto es vencerte a vos mismo, a tus miedos, a tu estilo de vida, a tu forma de alimentarte, a tu manera de relacionarte con los demás, a vivir el presente. Y que no se trata de competir con nadie.
¿No era que lo importante era competir?
¿No era que lo importante era el futuro?
Y, siguiendo el mandato del abuelo inmigrante, a competir por lo tuyo y lo antes posible.
Mi trabajo. Mi casa. Mi familia. Mi auto. Mi, mi, mi…
Y en esa posesión está el resto de tus preocupaciones. Y empezás a caminar, haciendo equilibrio, por esa delgada medianera entre ser y tener.
Y eso que habíamos leído El Profeta, en los ’70, y eso de que “Tus hijos no son tus hijos, son hijos e hijas de la vida…”. O, “si amas a alguien, déjalo libre” (creo que esa la dijo Sting)…
Por ejemplo, ¿no les parece que la violencia de género (esa inconcebible violencia entre la gente que se ama y que son capaces de matarse entre ellos) se terminaría si desaprendiéramos el adjetivo posesivo “mi”?
Serás lo que debas ser o si no, no serás nada. Y ahora resulta que la clave pasaba por no ser nada. O, por lo menos, no tomársela tan en serio.
*Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.