El lapidario peso de la crisis económica

lunes, 12 de agosto de 2019 · 14:23

No sirvieron, al parecer, ni las invocaciones a la transparencia, ni las alquimias políticas, ni la obra pública. Menos, la estrategia de polarización que el macrismo ensayó obstinadamente contra Cristina Fernández. Fue, sin dudas, la crisis económico-social el detonante de la durísima derrota del Gobierno en las PASO de este domingo. Fueron, como se presumía desde hace tiempo, una primera vuelta –no un simple censo-- y un prólogo de lo que podrá acontecer el último domingo de octubre.

El recuento resulta elocuente y demoledor. El kirchnerismo le arrancó al Gobierno alrededor de 15 puntos de ventaja. Superó el 45% que, en hipótesis, podría significar una victoria de la oposición en primera vuelta. Juntos por el Cambio llegó a casi 33%. Lo mismo que había obtenido en las primarias del 2015, cuando Mauricio Macri inició su trepada con una victoria sobre Elisa Carrió y el radical Ernesto Sanz.

La caída no sólo modificaría el mapa político y electoral. También los tiempos que vienen. Se abren ahora dos etapas, dos desafíos. El primero sería el recorrido hasta octubre. El segundo hasta el 10 de diciembre. Una transición de más de cuatro meses en la cual tallaría la campaña pero, sobre todo, la gobernabilidad. Nunca hay que soslayar que la Argentina posee una estructura económica, política e institucional altamente vulnerable.

Como suele acontecer en los momentos de crepúsculo, la derrota del oficialismo vino acompañada por demasiadas impericias políticas. Una vez más, como en 2015, con el kirchnerismo, y el 2017 con el macrismo, resultó inadmisible la demora en la difusión de los datos oficiales. Tanto que el kirchnerismo, en medio de la incertidumbre, lanzó una intimación a través del diputado Felipe Solá.

En este punto, antes del comicio, el Gobierno incurrió en una serie de errores. Primero, entender por qué motivo quiso modificar el sistema electoral. La transmisión de los votos desde los locales al centro de cómputos. Hizo una licitación a último momento que se adjudicó la controvertida empresa Smartmatic. No hubo un sólo dato público hasta después de las 22.30. Mientras en algunas páginas web provinciales (San Luis y La Rioja) se divulgaba la repartición de votos entre Mauricio Macri y Alberto Fernández en esos distritos.

El déficit resultó tan enorme que, sin una sola cifra, el presidente Macri admitió en el Centro Salguero su derrota y la mala elección realizada. Las responsabilidades arrojadas sobre la jueza María Servini de Cubría, que puso a último momento rígidas condiciones (el 10% como mínimos de los sufragios de los 4 principales distritos) para comenzar la difusión del escrutinio, parecieron sin sentido. El Gobierno retuvo mucho tiempo el conteo de más de la mitad de los votos. Inexplicable.

La derrota del Gobierno encuentra explicación, en especial, en lo que fue desde el 2015 su columna vertebral. El fracaso en la región central. Salvo en la Ciudad, a cargo de Horacio Rodríguez Larreta, ninguno de aquellos distritos aportó los votos de los mejores tiempos. Hace menos de dos años. Hubo una caída severa en Santa Fe, donde Macri había triunfado en octubre de 2015 y 2017. Se impuso en Córdoba aunque por márgenes mucho menores. Surgió una caída en Mendoza, donde gobierna el radical Alfredo Cornejo. Hubo una debacle en Buenos Aires. Allí Axel Kicillof, le arrancó 17 puntos a María Eugenia Vidal. La figura, a priori, más popular del oficialismo y del plano nacional.

En todos aquellos casos, según las primeras estimaciones, habría sucedido el mismo fenómeno. La figura de Macri y la crisis de la economía significaron una mochila imposible de superar. Incluso para Rodríguez Larreta, que pudo haber dejado algunos puntos por el camino en su ambición de alcanzar el 50%. En ese caso Cristina empujó hacia arriba a Matías Lammens. También sufrió Vidal, cuya especulación sobre el posible corte de boleta para arrimarse a Kicillof naufragó. Hubo una devastación para la gobernadora en el Conurbano. No le alcanzó para compensar la buena performance en algunas grandes ciudades, como la golpeada Mar del Plata. Puede arriesgarse otra cosa. Mucho se habló de la supuesta existencia de un voto vergonzante que no se manifestaba en las encuestas. Lo hizo a favor del kirchnerismo.

Quizás la elección de octubre ya no sea para Macri el horizonte. No está dicha la última palabra. Pero remontar semejante derrota en 60 días suena a una tarea homérica. El Presidente debería, tal vez, fijar su meta en otro lado. Con la cual inició su mandato. Concluirlo ordenadamente. Convertirse en el primer mandatario no peronista en hacerlo. Para eso debería revisar algunas de las ideas que deslizó en su conferencia de prensa de anoche. No se trataría de insistir con el mismo camino. Mas bien revisarlo, en función del mensaje que afloró de las urnas.

Es cierto que la responsabilidad de la transición compleja será quizás de todos. Pero el papel primario corresponde al Gobierno. Y en ese papel debería primar la apertura frente al revés. No el encapsulamiento, como ha sido la tradición del macrismo ante las sucesivas señales de alerta. Si son necesarios cambios, habría que ejecutarlos.

La ex presidenta tuvo una aparición moderada desde Rio Gallegos. Aunque habló sobre cómputos de mesas testigo y encuestas por entonces superadas por los demorados datos oficiales. También el diputado Máximo Kirchner no expresó nada disonante durante los festejos. Hasta pronunció la palabra reencuentro. Cristina y su hijo se apropiaron quizás de la mayor victoria: catapultaron a Kicillof. Sería también un espaldarazo para La Cámpora que ha hecho del principal distrito electoral su bastión. El Frente de Todos es una construcción muy heterogénea. Donde las tensiones resultarán inevitables.

Alberto Fernández también, después de los resultados de ayer, podría contar a futuro con un margen político que quizás no calculaba. La cantidad de votos que obtuvo, un triunfo virtual en primera vuelta, parecieron no responder únicamente al capital que le pudo haber aportado Cristina. Existiría una cosecha propia producto de dos esfuerzos: un mensaje, con intermitencias, enfilado hacia la moderación. Un acercamiento con los gobernadores del PJ que le arrimaron sufragios y le permitirán sostener un equilibrio dentro del Frente. Les regaló un agradecimiento especial en el discurso de festejo. Alberto realizó un primer esfuerzo para deslizar al kirchnerismo hacia el centro.

Su cierre después de la victoria estuvo en esa sintonía. Habló –era muy necesario- de la imperiosa necesidad de terminar con la grieta. De no intentar reimponer ningún régimen ni una época de venganzas. Cada palabra será cotejado en adelante con los hechos. Quizás omitió hacer alguna mención a la gobernabilidad hasta octubre y diciembre. De la cual, en un plano secundario, formará parte. Insistió con su vieja tesis de que el peronismo estaría siempre en la Argentina para solucionar los problemas que generarían los demás. Tradicional falta de autocrítica: también el peronismo –se vió en la década pasada-- forma parte de los eternos problemas irresueltos.

Fuente: Clarín.