El día que la muerte tiñó el cielo de Cabo Cañaveral

Hace 34 años, el transbordador Challenger explotaba en el aire minutos después de su despegue, causando horror en todo el mundo.
martes, 28 de enero de 2020 · 06:45

Hubo una tragedia que cambió la exploración espacial. Hubo algo que dolió y que hizo que todo fuese distinto.

El 28 de enero de 1986, a las 11.38 de la mañana, hora local de Florida, el transbordador espacial Challenger explotaba en el aire, algo más de un minuto después de haber despegado desde la base de Cabo Cañaveral. El lanzamiento estaba retransmitiéndose en directo a todo el país porque era la primera misión de un nuevo programa, Teachers in Space (profesores en el espacio), que confiaba en atraer de nuevo la atención del público hacia el programa espacial tripulado.

Lo que esos espectadores acabaron viendo fue uno de los peores accidentes en la historia de la astronáutica, y el primero tan grave que sufría la NASA desde el incendio que acabó con las vidas de los tripulantes del Apolo I, el 27 de enero de 1967.

 

El Challenger

La misión STS-51L era la 25ª del programa del programa del transbordador espacial, iniciado en 1981 con el objetivo de disponer de un vehículo reutilizable que permitiera reducir los costes del acceso al espacio. De las tres partes que formaban el sistema, dos de ellas (el orbitador y los motores de propulsión sólida) se reutilizaban para siguientes misiones, mientras la tercera (el tanque externo de combustible) se construía nuevo para cada una.

 

Despegue

El Challenger era el segundo de los shuttles que la NASA había construido para su programa STS, después del Columbia, pero su fiabilidad lo convirtió en el más utilizado por la agencia, incluso después de tener listos los transbordadores Discovery y Atlantis. Entre su primer vuelo, en 1983, y el accidente de 1986 había realizado nueve misiones, incluyendo el 85% de todas las del programa en 1983 y 1984. Esto pone de relieve uno de los problemas por los que los shuttles nunca lograron cumplir del todo su objetivo de abaratar los costes de ir al espacio: no volaban con la suficiente frecuencia para ello.

STS-51L iba a ser la segunda misión lanzada en 1986 (la primera, STS-61C, había volado al espacio el 12 de enero, dos semanas antes del lanzamiento del Challenger) y la primera de ese orbitador concreto en ese año. Su objetivo, además de poner en marcha el programa Teachers in Space, era realizar varios experimentos relacionados con el cometa Halley, que pasaría el 9 de febrero por el perihelio (el punto más cercano de su órbita alrededor del Sol), colocar un órbita un satélite de comunicaciones y llevar a cabo otras tareas científicas sobre dinámica de fluidos. Tendría que haber permanecido en órbita terrestre una semana, aproximadamente.

 

Profesores en el espacio

La misión del Challenger llegaba en un momento en el que la exploración espacial y, en concreto, el programa tripulado de la NASA había perdido el interés del público. Una vez que se había ganado la carrera lunar a la URSS con el Apolo XI y se habían pasado misiones emblemáticas de los 70 como las Viking a Marte o las Voyager, la sociedad estadounidense parecía haberse acostumbrado a las noticias sobre misiones espaciales y, por otro lado, éstas ya no tenían el mismo gancho para las televisiones, sobre todo.

Así que Ronald Reagan, que era por entonces el presidente de Estados Unidos, ideó una iniciativa que debía acercar de nuevo la exploración del espacio al gran público: el programa Teachers in Space. A través de él volaría en el transbordador el primer civil en la historia, que sería un profesor para darle un lado educativo y para buscar el interés de los más jóvenes. La idea era que, del mismo modo que el programa Apolo despertó las vocaciones científicas de muchos niños, Teachers in Space pudiera lograr algo similar.

Además, esa participación de ciudadanos de a pie, de gente corriente, entraba dentro del esfuerzo de la Administración Reagan por presentar a Estados Unidos como un gran país de héroes. "El futuro no pertenece a los débiles de corazón, sino a los valientes", afirmó el presidente en un discurso televisado a toda la nación la noche del accidente, y esa retórica estaba detrás de Teachers in Space. A él se presentaron 12.000 candidatos y fueron elegidas dos ganadoras: Christa McAuliffe, de 37 años, y profesora de ciencias sociales, y Barbara Morgan, su suplente, de 35, que enseñaba matemáticas.

El impacto de McAuliffe en el público fue inmediato. El periodista Pablo Jáuregui recordaba en El Mundo, en el 20º aniversario de la tragedia, que "desde hacía semanas, en todas las aulas estadounidenses, los alumnos habíamos sido bombardeados por nuestros profesores con lecciones y discursos sobre esta heroína ejemplar de América", y el lanzamiento de STS-51L, previsto para el 22 de enero, iba a ser retransmitido en directo para todo el país. La CNN tenía lista una programación especial para ese día y los colegios de todo Estados Unidos lo ofrecerían también a sus estudiantes.

McAuliffe había ayudado al interés de los medios con su personalidad optimista y entusiasta y con frases como "nosotros pensábamos que el futuro estaba lejos. El futuro es ahora mismo, y los jóvenes necesitan considerar que el programa espacial es una oportunidad para trabajar", que recogía El País el día después del accidente. Sin embargo, aquella emoción por la misión de McAuliffe también se vería puesta a prueba cuando el lanzamiento del Challenger empezó a retrasarse, primero por los retrasos que había sufrido a su vez la misión anterior, la STS-61C, y después, por problemas técnicos y meteorológicos.

 

El desastre

Así, del día original del despegue, el 22 de enero, se pasó al 28 y se temía que esos retrasos impidieran cumplir el calendario de lanzamientos previstos para ese año. En 1985 había habido nueve despegues del transbordador y, en 1986, estos vehículos tenían que llevar al espacio la sonda Ulises de estudio del Sol, poner en órbita el telescopio espacial Hubble o llevar al espacio a un periodista que habría sido el segundo "ciudadano privado" en ir al espacio.

Manuel Montes explica que: “La brutal presión para que, de todos modos, la agencia intentara enviar al espacio sus misiones lo más rápido posible, provocó en parte que diversos síntomas, señales, de que algo no iba del todo bien, no recibieran la atención necesaria. Con un año por delante lleno de vuelos programados y un sustancial retraso sobre el calendario ya acumulado, existía una enorme necesidad de poner en el espacio al Challenger, incluso ante condiciones meteorológicas tan difíciles y, según se vería después, peligrosas”.

Ante esta situación, y con el añadido de la gran exposición mediática que la misión STS-51L había recibido por la presencia de McAuliffe, el parte meteorológico para el día 28 de enero en Florida no se recibió con demasiada alegría. La tarde anterior, los ingenieros de Thiokol, que construían los motores de propulsión sólida (SRB) situados a ambos lados del orbitador, tuvieron una conferencia telefónica con la NASA para expresar su preocupación ante las bajas temperaturas previstas para el momento del despegue, de -1º C.

Era un frío demasiado extremo para los anillos en forma de O que sellaban las diferentes etapas de los SRB. Los ingenieros no podían garantizar su elasticidad ni su resistencia a los rigores de presión y temperatura del lanzamiento ante esas condiciones climatológicas, pero la presión por no retrasar más la misión acabó imponiéndose y la NASA aprobó el lanzamiento del Challenger.

Lo que pasó después se pudo ver en los televisores de todo el mundo. El transbordador despegó del Complejo de Lanzamiento 39B a las 11.38, hora local, y todo parecía ir bien. A los 73 segundos, sin embargo, se aprecia en las grabaciones cómo aparece un penacho de humo en uno de los SRB y, acto seguido, el Challenger explota.

 

Fuego

"Tenemos confirmación de la oficina de dinámica de vuelo de que el vehículo ha explotado". Esa afirmación de los controladores de la NASA terminaba de confirmar lo que los televidentes acababan de ver. En la cobertura de la CNN se aprecian las caras de estupor del personal del control de misión en Houston, que no es capaz de procesar lo que acaba de ocurrir, y las asépticas informaciones que se dan a los medios de que el Challenger ha sufrido un fallo catastrófico.

 

 

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